Cuando los métodos del Alguacil resultan demasiado considerados para una situación, el Sargento toma el control. No hay líder de la Guardia más duro ni más respetado. Es tal la devoción que le profesan sus hombres, que no es extraño que se vea arropado por nuevos refuerzos en cuanto pronuncia las temidas palabras: “¡A mí la Guardia!”.